Epístola de Pablo a los Romanos. Capitulo I: “Poder de Dios”

Epístola de Pablo a los Romanos
Capitulo I: “Poder de Dios”

No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para la salvación de todo aquel que cree: en primer lugar, para los judíos, y también para los que no lo son. (Romanos 1:16 RVC)


Hay muchas personas que se avergüenzan del evangelio, pues en nuestra cultura el cristiano no es respetado, sino más bien es ridiculizado, declarado como un ignorante y un iluso por creer en un Dios. Si bien el evangelio es una locura, puesto que ellos no pueden comprender el misterio del Evangelio de la Gracia, para nosotros el evangelio es Vida. El evangelio es el poder de Dios para salvación, el evangelio tiene gran poder, poder para resucitar a los muertos, hacer ver a ciegos, hacer ricos a los pobres de espíritu, saciedad del agua viva a los sedientos, mana de vida para el hambriento, cobijo para el desnudo y sanidad para el herido, luz para los que viven en oscuridad, libertad al que es esclavo y perdón para el condenado.

El evangelio no nos debe avergonzar, pues gracias a el fuimos nosotros salvados por gracia, sino mas bien debemos arduamente predicarlo por amor. El evangelio de Dios es la mas grande prueba de su amor, como esta escrito: De tal manera amo Dios al mundo, que a dado a su  Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree no se pierda, sino tenga vida eterna (Jn. 3:16). Por lo tanto, pregunto: ¿Debemos de avergonzarnos del evangelio? No, ¡De ninguna manera! Que el Señor nos libre de tan gran mal, pues como negar a nuestro Señor y su maravillosa obra redentora, al contrario, oro a Dios ser digno de sufrir a causa del evangelio, como nuestros antepasados fueron gloriosamente martirizados por la cruz, siendo dignos de toda clase de males. Sangre de muchos santos costo que hoy el evangelio este entre nosotros, asique debemos ser bienaventurados si somos dignos de sufrir persecución por el evangelio. Y sabemos que al ser llamados por Dios para salvación, también somos llamados a predicar, y al ser llamados a predicar somos llamados a sufrir por el evangelio, pues si al mismo Hijo de Dios lo crucificaron siendo el Justo y sin pecado, ¿Qué esperamos nosotros, sin siquiera siendo dignos de desatar la correa de su calzado? ¿Si al dueño de la casa lo llamaron Belcebú, que se espera de los demás de su casa?

Así es que no les extrañe sufrir por Cristo, al contrario glorifiquen a Dios por ser dignos de sufrir. Acaso no recordamos (gracias al relato de Lucas) cuando Pedro y Juan fueron castigados, siendo azotados por causa de predicar el Evangelio de Dios, acusados falsamente por el Sanedrín, pues la Escritura dice claramente que ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Así mismo gocémonos al padecer afrenta por el Nombre.
¿Cómo pues me avergonzaría, si los siervos de Dios dieron su vida por el evangelio? ¿Acaso un cristiano en su juicio puede negar a Cristo y su cruz?  Ciertamente yo temo mucho que entre ustedes se encuentre alguien que se avergüenza del evangelio, mi mente no concibe tal cosa, ¿Acaso no es el mismo Espíritu que Dios nos dio, el cual dio valor a los siervos de Dios para hablar con denuedo? Si bien esto es así, no hay razón para avergonzarnos. Y si hemos hecho esto arrepintámonos en gran manera.


El profeta Isaías escribió las palabras del Señor diciendo: Mi palabra, cuando sale de mi boca, no vuelve a mi vacía, sino hace todo lo que yo quiero, y tiene éxito en todo aquello para lo cual lo envié (Is. 55:11). Recordemos que el evangelio que Dios nos manda a predicar a toda persona, y este es el mensaje: que Cristo el Justo, fue crucificado para perdón de nuestros pecados según Dios lo había dicho a sus Profetas en el Antiguo testamento, resucitando al tercer día, habiendo vencido la muerte, el pecado, la maldad y a todos nuestros adversarios; siendo así justificado por la fe todo aquel que cree y confiesa que Cristo es el Señor, que el es el Hijo de Dios, llevado por el Espíritu Santo al arrepentimiento genuino, volviéndose así a Dio y nacido del Espíritu, siendo así una nueva criatura.

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